Diario de una maestra (Fragmento, por Dolores Medio, 1961, Ediciones Destino)
El día que ahora recuerda, concretamente, asistía a su primera clase de perspectiva. Terminada la parte teórica de la lección, colocó el profesor sobre su mesa una silla, invitándoles a dibujarla. Lo de la perspectiva y el punto de vista, no parecía muy claro a su comprensión. En realidad, Irene Gal no había entendido una palabra, tal vez porque el esfuerzo fuera superior para su falta de preparación, o bien, esto es más seguro, porque, como le ocurría con frecuencia, estaba distraída. Así se limitó a dibujar la silla como la veía, sin atenerse a ninguna regla.
Hasta aquí todo bien. Todo bien. Terminó el dibujo y cuando se lo entregó al señor Bonard, el señor Bonard le dio unas palmaditas cariñosas y le dijo: “Muy bien, pequeña. Perfecto. No lo mejoraría uno de nuestros genios”.
Eso dijo el profesor. Irene estaba contenta. Pero entonces sucedió algo que la desconcertó. Uno de “nuestros genios”, que ocupaba uno de los bancos laterales, entregó su dibujo al señor Bonard y el señor Bonard le dijo: “Muy bien muchacho. Perfecto”.
Lo que desconcertó a Irene no fueron las palabras del profesor, sino el hecho de que la silla que el muchacho había dibujado, no se parecía a la que había dibujado ella y el señor Bonard había dicho a los dos: “Muy bien. Perfecto”. Pero aún más sorprendente fue para Irene, que la silla, dibujada por una chica, a la que el profesor dio también el visto bueno, no se parecía a su silla ni a la silla del genio. Y sin embargo, las tres sillas eran exactas reproducciones del mismo modelo, según afirmó el profesor.
Así, la primera lección de perspectiva fue también para Irene Gal la primera lección de filosofía. Pensó: “Posiblemente exista una verdad absoluta –el modelo perfecto-, pero nuestra verdad es sólo una pobre verdad parcial, una verdad interpretada por nuestros sentidos, una verdad subjetiva. Luego es absurdo y pretencioso creer que nosotros y sólo nosotros, tenemos razón cuando expresamos nuestro punto de vista.
Cuando Irene Gal se permite hacer algún viaje hacia el pasado, para fijar algún recuerdo y buscar auxilio en la resolución de algún problema que sus alumnos le plantean, tratando de juzgarlos a través de sí misma, siempre encuentra una cortina de humo velando sus impresiones. ¿Cuándo suceden las cosas? ¿Cuándo se elaboran? ¿Cuándo se asimilan, se fijan, se convierten en ideas propias? Es bien difícil determinarlo. Irene Gal no puede decir cuándo llegó a aceptar esto de la relativa razón de cada uno, pero sí sabe que esta observación la hizo comprensiva y tolerante en extremo con el punto de vista ajeno. En cada caso se dice: “Él lo ve así desde su estrato social donde está situado. Desde su profesión. A causa de su edad. O de su sexo. O sencillamente, interpretado por una determinada mentalidad… Para llevarle al convencimiento de mi verdad, tendría que colocarle en mi mismo plano. ¿Y si fuera más justo, más sensato, colocarme yo en su puesto?”
Comentario de la obra
Dolores Medio es una escritora de posguerra, encasillada en la novela autobiográfica. Su estilo es sencillo y muy directo, abocando a aspectos de nuestra historia. Concretamente, la autora habla de la situación de los maestros en la época de la dictadura franquista. Su protagonista es Irene Gal, que quiere cambiar la metodología didáctica de los maestros de esa etapa. Debido a su carácter revolucionario, nuestra protagonista es marginada por sus otros compañeros partidarios del régimen y poco convencidos de los revolucionarios métodos alemanes.
Recomiendo la lectura de este tipo de novelas, ya que, su estilo es muy vivencial y cotidiano. Cualquier maestro sensible puede disfrutar y sentirse identificado con Irene Gal.
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