GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Dueña por primera vez de su destino, Ángela Vicario descubrió entonces que
el odio y el amor son pasiones recíprocas. Cuantas más cartas mandaba, más
encendía las brasas de su fiebre, pero más calentaba también el rencor feliz
que sentía contra su madre. «Se me revolvían las tripas de sólo verla -me
dijo-, pero no podía verla sin acordarme de él.»
Su vida de casada devuelta seguía siendo
tan simple como la de soltera, siempre bordando a máquina con sus amigas como antes hizo tulipanes de
trapo y pájaros de papel, pero cuando su madre se acostaba permanecía en el
cuarto escribiendo cartas sin porvenir hasta la madrugada. Se volvió lúcida,
imperiosa, maestra de su albedrío, y volvió a ser virgen sólo para él, y no
reconoció otra autoridad que la suya ni más servidumbre que la de su obsesión.
Escribió una carta semanal durante media vida. «A veces no se me ocurría
qué decir -me dijo muerta de risa-, pero me bastaba con saber que él las estaba
recibiendo.» Al principio fueron esquelas de compromiso, después fueron
papelitos de amante furtiva,
billetes perfumados de novia fugaz,
memoriales de negocios, documentos de amor, y por último fueron las cartas
indignas de una esposa abandonada
que se inventaba enfermedades crueles para obligarlo a volver. Una noche de
buen humor se le derramó el tintero sobre la carta terminada, y en vez de
romperla le agregó una posdata: «En prueba de mi amor te envío mis lágrimas».
En ocasiones, cansada de llorar, se burlaba de su propia locura. Seis veces
cambiaron la empleada del correo, y seis veces consiguió su complicidad. Lo
único que no se le ocurrió fue renunciar. Sin embargo, él parecía insensible a
su delirio: era como escribirle a nadie.
Una madrugada de vientos, por el año décimo, la despertó la certidumbre de
que él estaba desnudo en su cama. Le escribió entonces una carta febril de
veinte pliegos en la que soltó sin pudor las verdades amargas que llevaba
podridas en el corazón desde su noche funesta. Le habló de las lacras eternas
que él había dejado en su cuerpo, de la sal de su lengua, de la trilla de fuego
de su verga africana. Se la entregó a la empleada del correo, que iba los
viernes en la tarde a bordar con ella para llevarse las cartas, y se quedó
convencida de que aquel desahogo terminal sería el último de su agonía. Pero no
hubo respuesta. A partir de entonces ya no era consciente de lo que escribía,
ni a quién le escribía a ciencia cierta, pero siguió escribiendo sin cuartel
durante diecisiete años.
Un medio día de agosto, mientras bordaba con sus amigas, sintió que alguien
llegaba a la puerta. No tuvo que mirar para saber quién era. «Estaba gordo y se
le empezaba a caer el pelo, y ya necesitaba espejuelos para ver de cerca -me
dijo-. ¡Pero era él, carajo, era él!» Se asustó, porque sabía que él la estaba
viendo tan disminuida como ella lo estaba viendo a él, y no creía que tuviera
dentro tanto amor como ella para soportarlo. Tenía la camisa empapada de sudor,
como lo había visto la primera vez en la feria, y llevaba la misma correa y las
mismas alforjas de cuero descosido con adornos de plata. Bayardo San Román dio
un paso adelante, sin ocuparse de las otras bordadoras atónitas, y puso las
alforjas en la máquina de coser.
-Bueno -dijo-, aquí estoy.
Llevaba la maleta de la ropa para quedarse,
y otra maleta igual con casi dos mil cartas que ella le había escrito. Estaban ordenadas por sus fechas, en
paquetes cosidos con cintas de colores, y todas sin abrir.
De
Crónica de una muerte anunciada
- ¿Qué momento se
observa en el fragmento? Usa el texto.
- Caracterización de los personajes, espacio y
tiempo.
- Recursos estilísticos :
-
Figura literaria → la de la línea cinco y la de las líneas
del último párrafo.
-
Relaciones semánticas → Cuál es la relación semántica de las
palabras subrayadas. Explica por qué las usa.
La siguiente tarea es este fragmento del premio nobel,
Gabriel García Márquez. Este es un texto que suele caer mucho en PAU, así que
ténganlo en cuenta J. Justo debajo de este ejercicio
tienen unos recursos para realizar las preguntas.
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